La Maestra
Pocas personas tienen tanta influencia en la educación tarijeña, como Maritza Navajas Mogro. Nacida, en 1925, en una familia donde la lectura era esa “protesta contra las insuficiencias de la vida”, como dice Vargas Llosa. La inquietud y el inconformismo la llevaron, a la Universidad de La Plata para obtener una licenciatura en Filosofía y Letras, una Maestría sobre la épica griega, y un doctorado sobre la rebeldía del Quijote.
Al volver a su tierra, convencida de que “la literatura es siempre una expedición a la verdad” como decía el genial Kafka; con una singular sensibilidad por la palabra y por la infinidad de matices y tonalidades con que gratifica el lenguaje ; con esa insumisión que la persiguió hasta el día de su muerte y con una irreductible vocación de servicio, decidió entrar como profesora de literatura al Liceo Campero y al colegio nocturno Eustaquio Méndez. El vasto conocimiento de la ficción escrita, de la idea brillante y del verso profundo, la silenciosa generosidad, la infatigable paciencia y la clara comprensión de las necesidades de su región hicieron de ella, LA MAESTRA, con mayúscula. Y lo fue hasta ese 31 de enero de 2002, día en que falleció. Había estado escogiendo y preparando los textos con los que sus alumnos descubrirían, ese año, con asombro y gozo el milagro de la expresión de los grandes de las letras.
Se casó con otro inconformista, poeta, historiador y pintor: Edgar Ávila Echazú, con el que tuvo cuatro hijos. Gran moldeadora de proyectos, fundó en 1963 el Liceo de Señoritas Tarija que ahora lleva su nombre y, veinte años después, junto con otro grande de la educación en Tarija, el Hno. Manuel Fariñas, fundó el primer Colegio La Salle mixto, del que llegó a ser su directora.
Transparente, afable, cálida, consecuente, entregó íntegramente su vida a la noble misión de educadora.Con un inconfundible y fino sentido del humor y con una memoria prodigiosa, enseñaba; pero sobre todo educaba. Educaba porque brotaban el verso o la cita oportuna; el consejo cariñoso, tierno; el reproche suave, pero profundo; sutil, pero firme; pudoroso, pero consistente. De ella brotaba, fácil y espontáneo, el ejemplo necesario y lúcido; se insinuaban las virtudes de la modestia y de la sencillez insobornables hechas lección para todo aquel que estuviera dispuesto a ver y a sentir.
Con un grupo de profesores, también preocupados por la educación en Tarija, en 1995, fundó el colegio que ella había soñado, al que dio el nombre de su mentor, el Hno. Felipe Palazón y con el que había compartido sinsabores y alegrías y del que había aprendido que sólo con coraje y sin renuncia se consigue lo propuesto. Ella ha sido la gestora, animadora, profesora, y directora hasta el último día de su existencia.
Los grandes dejan huella; doña Maritza nos dejó también la herencia del razonamiento claro y realista, la ilusión y el gusto por lo bien hecho pero sobre todo por la palabra bien pensada, bien empleada, y bien administrada.
-Beatriz Vázquez Zambrano